Oracion1
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Hablando de oración, hay que situarla en su contexto cristiano.
¿Cuándo oras, quién ora? ¿Sólo tú? Si Cristo no ora en ti, tu rezo es como un grito en el desierto.
San Pablo insiste: es el Espíritu Santo que grita en nosotros de modo inefable: “Abba, padre”.
Y añade: hay que orar siempre. La oración, no son sólo palabras humanas. Es un modo de ser delante de Dios, como Cristo está delante de su Padre. Incluye la confianza de niño, la humildad, la solidaridad por ser Padre “nuestro”, la esperanza, la respuesta amorosa a un Amor incondicional e infinito. Es una actitud de ofrenda continua.
¿No son las palabras que constituyen la oración: si pido para mi familia, Dios no lo sabía? ¿Se necesita explicarle a Él nuestras necesidades? Ya las conoce. Aquellas palabras son útiles, claro.
Más para que tomáramos más conciencia de cual es el plan de Dios sobre nosotros. De cuales son las necesidades verdaderas nuestras en Sus ojos. Pero no nos hagamos la ilusión de medir la oración a la belleza o cantidad de palabras. Tengo que llegar a ser como Cristo delante de Él para que toda mi vida sea oración. Santa Catalina de Sienna reporta en sus “visiones”: Me dijo Cristo: “Tu beber, tu comer, tu dormir me encantan.
Somos nosotros, encerrados en la Historia, los necesitados de momentos especiales de oración, dónde expresamos los que somos, lo que vivimos, lo que tenemos. La acción de gracias es la más indicada con el ofrecimiento propio. Santa Elizabeth de la Trinidad, entendiendo la realidad de la oración cristiana, decía: “Ya no voy a pedir a Dios nada más que poder ser “alabanza” suya siempre.” En efecto, San Pablo repite a menudo la palabra “Laus”, alabanza, como un refrán.
La actitud profunda de oración ES alabanza.
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